Dembélé es Balón de Oro
El mundo se rinde a Ousmane Dembélé por primera vez, justo ganador del Balón de Oro. Hace dos años, ni él mismo se habría podido imaginar ni siquiera colarse entre los tres finalistas, ahora ratificado como el mejor jugador del mundo después de haber protagonizado una remontada excelsa la temporada pasada y liderar al PSG hacia un Triplete histórico.
El francés se impuso a Lamine Yamal en la votación final, en un Teatro de Châtelet abarrotado, y recibió una distinción que le adentra en la historia del deporte rey, esa que parecía destinada para otros protagonistas, no para él, que durante largos años fue considerado un futbolista indisciplinado y sin capacidad para liderar un proyecto.
El fútbol se desplaza a la velocidad de la luz, da lugar a sorpresas y ésta, por muy merecido que sea el Balón de Oro, lo es. Dembélé estuvo siempre a la sombra de las estrellas, de Messi en Barcelona y de Mbappé en su primer año en París, pero en el deporte la actitud y las ganas pueden cambiar una carrera, una trayectoria, un desenlace que parece predestinado irremediablemente. Como el niño que salió siendo promesa de Rennes, que tuvo que sobreponerse a sí mismo, a su indisciplina, a su irregularidad, y que se transformó en hombre en el PSG, Ousmane Dembélé abrazó el Balón de Oro y París, su ciudad, el último revolucionario de una capital soñolienta por el fútbol, ahora embriagada de su talento, incomprendido por la opinión pública, le tributó como se merece.
Fue un duelo trepidante con Yamal que no se decidió hasta bien entrada la noche en París. Porque, antes, la revista France Football había disuadido cualquier tipo de filtración, guardando hasta el final el secretismo que durante tantos años había empañado muchas ceremonias al provocar desplantes de muchos finalistas.
Dembélé desfiló por la alfombra roja del Teatro de Châtelet sereno, tranquilo, como si supiera que el destino estaba destinado para ungirle como rey del fútbol. Esa entereza fue una de las claves para que el PSG se convirtiera, por fin, tras años de ingentes inversiones, en el mejor equipo de Europa la temporada pasada. La madurez que ha adquirido no la podía augurar ni el seguidor más feligrés del Mosquito, que ahora sí pica.
Es el premio al trabajo, a la constancia, al no rendirse, al demostrarle a la opinión pública que era mucho más que un extremo con regate y nada más. Porque, los caminos de rosas no existen y el epítome es este Balón de Oro. Hace un año, Luis Enrique le descartó por motivos disciplinarios. En noviembre fue expulsado en un partido en Múnich. En aquel momento, el PSG estaba al borde de la eliminación en la Champions. El asturiano, el mayor defensor del francés en sus dos años en París, de los pocos que sí creyeron aun cuando las estadísticas decían lo contrario, le convirtió en un arma letal, en un delantero que antepuso el interés colectivo a su ego, clave para su transformación. ‘Ous’ aprovechó la oportunidad, no la soltó y logró lo imposible, la Champions del Paris Saint-Germain.
Dembélé hizo méritos más que suficientes para ser elegido el mejor jugador del mundo. Su temporada pasada, la más prolífica de su carrera, acumulando 48 participaciones de gol, le catapultó a una dimensión inusitada, reservada para unos pocos elegidos. La salida de Kylian Mbappé le permitió convertirse en el líder que, durante tantos años, a través de cheques en blanco, no encontró Qatar en París. Un Triplete histórico, cuatro títulos si añadimos la Supercopa, incluida la Champions League, pusieron la guinda a un año que quedará grabado, durante décadas, en la retina del aficionado al fútbol.
(Apartes nota Diario AS)
Cuando siento miedo, pongo en ti mi confianza. (Salmo 56:3)